domingo, 24 de noviembre de 2013

Ser mamá sin serlo

Tener a Gabriela viviendo conmigo me enfrenta a algo que ya había olvidado... cuidarla. No me refiero a cuidarla como se cuidan a los niños pequeños, para mí es más bien es un estar pendiente de sus pláticas, de sus necesidades y por supuesto, tenerle leche en polvo cerca... porque queda demostrado que sigue siendo láctea, como lo era en la primera infancia.

Todo esto le parece cómico a Miguel: que esté pendiente de la hora en que llegan a dejarla del trabajo, de mis comentarios preocupados porque su alimentación no es buena o porque pienso en que debe terminar de estudiar inglés o porque simplemente me alegro de que el infame novio del que estaba enganchada, al parecer, al fin pasó al olvido. Le da risa.

"Pura nana vos" fue su comentario. Puede ser que así sea. Durante años, me acrecentó el sentimiento ese materno que siempre quise desligar de mí, el hecho de haber sido profesora... Puede ser que también ayudara el hecho de que Gabriela llegó a mis manos con apenas 12 horas de haber nacido y no la solté hasta que cumplió cinco años, cuando ella tuvo que entrar al kinder y yo tuve que irme a la universidad. O simplemente que hay un chip interno que no logro controlar algunos días, ese que me dice que a alguien debo amar y cuidar de manera diferente a la que lo amo y quiero a él o a otros adultos. Es una cosa horrible. Créanme. 

Es horrible por tres razones:

1. Contradice mi naturaleza anti-materna de siempre, a lo mejor nunca quise parir porque no quise enfrentarme a la responsabilidad de no joderle la psique a otro ser humano, de no poder protegerlo como se debe de los peligros de la vida o no poder darle lo necesario para crecer. Nunca quise comprobar a ciencia cierta una potencial infertilidad que ronda como fantasma desde mis 21 años, no quise dejar un vástago sin el gran privilegio de un padre, como lo tuve yo. No quise.

2. Me recuerda que tengo algo pendiente de una madre. Es una madre a la que le debo una disculpa por mis palabras enojadas y que, a la vez, debe entender que por más que ella crea que la maternidad es lo ÚNICO que puede hacer feliz a una mujer, no es así, no puedo negar ni afirmar eso, porque no lo soy, no dudo que el amor lo ha de desbordar a una, pero es difícil imaginarlo, en especial cuando se ha tenido que tomar hormonas, pastillas, soportar pinchones y tener que pasar por tantos médicos en solo doce meses. Le reproché la nula empatía a mi decisión de no procrear y de remate, aun habiéndole pedido que no me mandara mensajes maternos o fotos de bebés, insistió, hasta que una mañana yo reaccione (desmedidamente) y tengo meses de no hablarle. Confieso que a veces la recuerdo. No solo por el enfado, sino porque es un llamado a que yo pueda usar más el cerebro y no las vísceras con personas que no logran ver más allá de sus propias circunstancias y poder ver más allá de mis propias circunstancias también. 

3. Mi mamá. Esta tarde me llamó, cuando vi que el celular vibraba ante su solicitud de atención decidí contestarle, luego de dos semanas de no querer hablar con ella, pasé esas dos semanas recordando los últimos insultos que me dio por teléfono en la última llamada que le contesté y que me sacaron más de dos lágrimas. Porque ella es así, dice cosas feas cuando ya no puede argumentarme para que yo busque la manera de tener una vida acorde a lo que ella desea. Es ella la que me deja en claro que ese oficio de ser madre es la profesión más difícil del mundo. A la pobre le ha tocado de todo. A veces mi silencio es más para no hacer daño, para no pasarme, para que no le duela más. Pero ni modo, a veces tengo que contestar. Como lo sospeché, la llamada era para corroborar que mi hermana se quedaría en mi casa esta noche, segundo domingo que se queda acá en San Salvador. Hablamos lo que teníamos que hablar referente a la cría esa que se desvela y cocina, luego su frase... "a ver cuándo podemos vernos, necesito hablar con vos". Extraño a mi mamá, pero la extraño cuando es esa mujer tierna y que ya me ha abrazado sin importar mis errores. A la otra no la extraño. 

Es gracioso, a Miguel le da risa el hecho de que parezca mamá con mi hermana, a mi mamá le duele no tener nietos de mi parte y detesta mi modus vivendis, a otras mujeres les pela el ejote cuando les digo... no siempre es necesario que me manden fotos de sus hijos... todos tienen una opinión sobre la madre que no soy. 

Mi hermana acaba de venir, esta noche salió temprano, abrió la puerta justo cuando yo estaba a la mitad de la redacción de este post. Me vio y dijo... "siempre me ha gustado verte cuando escribís". Yo me sentí tranquila de saberla en la casa, afuera hace viento y está totalmente oscuro ya. 

Yo seguiré acá, sin ser madre, sin hijos a los que regañar porque llegan tarde, sin bichitos a los que decirles con una mirada que se estén quietos, sin niñas a las que consolar porque están enamoradas y descubren que los muchachos no son tan gentiles a veces, sin hijas con quienes cocinar budín, sin hijos que entran y van directo a la refri a tomar agua o leche y no se dan cuenta que hay visitas, sin cantar "La Loba" y otras canciones de cuna y luego, cuando sean más grandes, contarles que hay grupos y cantantes de rock que deben escuchar. Sin decirles... "vayan y mochileen, eso los hará crecer". Seguiré sin eso, en cambio seguiré acá escribiendo.

A veces, me pregunto cómo sería ser la madre que no soy. A veces, después de preguntármelo, siento un vacío muy extraño. 

No hay comentarios: