sábado, 23 de noviembre de 2013

Una debe tener hermanas... en serio

Cuando mi mamá me explicó, a los cinco años, que tendría un hermanito no me imaginé lo que me esperaba. Solo esperaba al tan ansiado hijo que haría "parejita" conmigo.

Recién había cumplido los seis años cuando un día mi mamá desapareció. Mi papá se dedicó durante tres semanas a cumplir las funciones paternas y maternas porque mi mamá fue internada en el hospital, algo (que jamás supe qué fue) sucedía con su embarazo. Los fines de semana me llevaba hasta una ventana lateral del hospital desde la cual mi mamá me saludaba, porque no me dejaban entrar.

Hasta que un día llegó Lorena.

Mi papá deseaba tener un hijo, sin embargo la llegada de su otra hija lo dejó como pavo en engorde, le chorreaba la ternura cuando la cargaba, era el hombre más feliz cuando le decían: "es igualita a vos". Yo era feliz de tener compañía que no fueran adultos.

Lo dicho, no sabía lo que me esperaba.

Tener hermanas no es cosa fácil, una se expone a que le rompan el corazón, que se tope con situaciones que considera injustas y más de alguna vez tuve que pasar sustos grandes, porque resulta que de todas las hermanas me tuvo que tocar la más tremenda, la más creativa para meterse en problemas y la más necia.

La odié... y es en serio... Lorena se llevó en su infancia varios de mis mejores ratos de mi infancia, me tocó crecer apresuradamente para cuidarla y de esa manera, a los 8 y 2 años respectivamente ya éramos un par de niñas que pasaban casi todo el día solas porque sus papás trabajaban todo el día.

Crecer a la par de mi hermana fue lindo, fuera de que no soportaba el estres que me generaban su asma, sus raspones o cada vez que se metía en serios problemas. No es broma, ni exageración... cuando Lorena se metía en problemas a mi me daba un tic.

Cuando teníamos 14 y 8 años respectivamente llegó Gabriela. Ni les cuento la crisis existencial que le agarró a la pobre Lorena cada vez que le decían que ahora ya no sería la consentida, que se había caído de la moto y otras cosas que los adultos suelen decir sin reparar en la reacción de los demás. Pronto Gabriela se incrustó en nuestros corazones y por primera vez tuvimos que ponernos de acuerdo para quererla.

Luego yo fui adolescente y la diferencia de edad con ella fue más palpable, nuestras diferencias de carácter se acrecentaron... yo era la callada y tímida, mientras ella siempre ha sido, hasta la fecha, el alma de la fiesta, le saca carcajadas hasta a las piedras y siempre tuvo la virtud de caer bien, contrario a mi carácter cae mal y mi sangre de talepate. Hasta en los estudios éramos distintas, mientras a mi me generaba trabajo salir medianamente bien en las notas, a ella le tocó hacer gira por un rosario de colegios para terminar bachillerato, sin embargo siempre me dio la impresión que ella era más feliz, mientras yo era una matadita.

Mientras estudiábamos en la universidad fuimos emparejándonos, aprendimos a conversar, descubrimos las delicias de los vicios al mismo tiempo pero siempre por separado. Como siempre yo estaba demasiado ocupada en adquirir conocimientos inútiles para vivir y los dejé, ella siguió.

Hay muchas cosas que no sé de mi hermana, hubo un tiempo que fue particularmente horrible, vivíamos juntas sin saber de la otra, siendo extrañas, afrontando la entrada a la vida adulta. Hay muchas cosas que no sé de mi hermana y que honestamente no quisiera saber nunca.

Hasta que un día, mientras planchaba mi ropa, ya vivía sola... me llamó mi mamá, lloraba tanto que me asusté tanto que pensé que alguien se había muerto, no podía hablar, le dije que le diera el teléfono a alguna de mis hermanas, porque era imposible hablar con ella. Se lo dio a Lorena. "Estoy embarazada" fue lo primero que me dijo.

Sebastian le cambió el modo de vida. Mi hermana estaba destinada a ser madre y así salvarse. Tal vez salvarse de algunas cosas para perderse en otras. No importa. Coincidió el final de su embarazo con la mayor crísis de mi insomnio de toda la vida. La doctora Garay insistía en drogarme para que no me muriera o me matara a merced de las alucinaciones más horribles posibles. Fueron semanas tristes y grises, mi memoria se pierde en ese tiempo, lo único que recuerdo es a Lorena, cuidándome.

Ella que siempre fue la irresponsable, la disoluta, la "peor hija" me cuidó como solo una madre puede hacerlo, a lo mejor le serví de ejercicio antes de que su hijo naciera. Con ternura y disciplina me daba los medicamentos, me alimentaba, insistía en que me quitara la pijama, me bañara y me sacaba a que me diera el sol en el patio de la casa. Buscaba la manera de hacerme reír justo cuando lo único que yo podía hacer era llorar. A veces lo lograba. Me hace reír de esa manera que solo el amor puede hacerlo.

Ella y su hijo me salvaron. Me recordaron que una debe vivir, por una misma y porque de alguna manera (a veces inexplicablemente) otros nos quieren.

Ayer cumplió años esta mujer, llegó a los 30 años, tiene un hijo igualito a mí, el humor inalterable y su rostro de porcelana desde que nació. Yo aprendí a quererla incondicionalmente y sé que nos falta mucho por vivir. Feliz cumpleaños, querida.


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