viernes, 8 de noviembre de 2013

A veces temo al mar.

Algunas personas que me conocen saben que no me gusta mucho ir al mar. Creo que solo Carmen se imagina el por qué real del hecho. Solo ella.

Excusas existen muchas: hace calor, el sol es insoportable y casi siempre hay demasiada gente. Si me propongo puedo sacar al menos otras tres excusas para no ir.

Confieso que desde marzo del 2007, a pesar de haber ido varias veces, solo he disfrutado dos veces. Posiblemente debido a la compañía en ambas ocasiones.

El mar me da miedo. No tanto por ahogarme en sus aguas, o de que me atrape y jamás me libere y cosas poéticas como esas, o por mis constantes sueños en los que estoy de pie frente a él y una enorme pared de agua se avalanza sobre mi o los sueños en los que veo sus aguas cundidas de cadáveres putrefactos.

El mar siempre ha sido un ente extraño en mi vida, recuerdo a mi papá que me llevaba en brazos cuando yo no pasaba de los tres años, me tomaba y me llevaba a sus aguas, porque simplemente a mi me daba miedo que la espuma del mar me tocara, él siempre me decía... es agua... no te va a hacer nada... no es que no le creía, es que mi naturaleza siempre me ha dicho que el agua, como los sentimientos, son traicioneros.

Ayer me llamó Carmen. Era para invitarme a ir al mar. Ella que sabe de mi miedo, que sabe que es lógico y que a veces (solo a veces) incontrolable, ella me dijo... "vamos... no hay que temer a nada" y luego pienso... tiene razón.

El mar me da miedo porque me dan ganas de morirme cuando lo veo, pero luego pienso que la muerte también es parte de la vida.

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