martes, 9 de diciembre de 2008

Papingo

Él ha estado presente en mis recuerdos desde siempre, desde allá en el norte de Chalatenango, en los monótonos y eternos domingos cuando mis padres y yo ibamos a visitar a mi abuela que estaba muy enferma.

Él era el hermano mayor de mi abuela. Era alto, blanco y con una melena negra implacable y siempre me dieron miedo sus dientes postizos... la muerte y la guerra hizo que migrara con el resto de población a inicios de los 80's hacia San Salvador.

Vivió aquí y allá, pero al final... se instaló en casa de mi tía Melia, muy cerca de mi casa.

Mentiría si dijera que fuí muy unida a él... es más a veces cuando yo era adolescente me impacientaba, pero hubo ocasiones en que su plática fue fluida e interesante. Me decía... "yo iba a Santa Tecla a las cortas de café todos los años, de ahí le compraba a tu papá el estreno". Y es que él fue como un padre para mi padre, era su tío y al ser el tío de un niño que nació en los 50's en un pueblo olvidado por la humanidad y que de paso era "ilegitimo", pues por antonomásia... él se puso en el papel paterno que tuvo mi papá. Protegió la imágen pública de mi abuela, que a los 15 años era madre soltera en tiempos mucho más duros para eso.

Su eterno amor fue la Niña Emilia, madrina de bautizo de mi papá, pero nunca se casó y nunca se le supo "otro amor" más que los "sobrinos-nietos" que vinimos al mundo. De eso si estoy segura... amaba a los niños. En el haber familiar tenemos muchas fotografías donde, primos, vecinitos, hermanas y yo salimos junto a este hombre con facciones amables y sus bolsillos llenos de dulces para repartírnoslos.


Me llamaba la atención su lealtad de amigo... creo que ese era su fuerte... siempre se acordaba de sus amistades y le gustaba que lo visitaran o visitarlos, siempre soltaba un "fulano es gran amigo con yo"... y le creíamos porque veíamos en su trato tanta calidez y tanta confianza que hacía que no lo dudaramos.
Siempre he sido conciente del deterioro de las personas por la vejez, pero luego de verlo a él lograr superar una parálisis por un derrame cerebral... puedo decir que hay genes en mi familia de lucha y tenacidad. Este viejito logró levantarse del camastro donde lo había dejado ese derrame, aprendió a movilizarse a su silla de ruedas y luego... reaprendió a ponerse de pie solito y dar algunos pasos para adueñarse de su eterna mecedora.
En el 98, a finales de noviembre le dió otro derrame cerebral, estuvo muy mal, luego una neumonía lo envió al hospital. Un día, estando todas las mujeres cercanas a él, estaban discutiendo por ver quién iría a verlo ese día... un par de ellas dijeron que irían... yo no prometí nada porque "ya me puedo"... y luego pues, vienen las recriminaciones si no cumplo lo prometido.
El asunto es que al final de ese dia, ya casi en la noche... decidí ir al hospital a verlo... la verdad, siendo conciente, no había querido ir antes porque no me gustan los hospitales... pero en fin... al final fuí, además pensé: "ahí van a estar las demás, tal vez no me siento destanteada".
Llegué... no había nadie.
Ese día lo habían trasladado a la UCI, así que me tomó un tiempito averiguar dónde estaba... lo encontré en su cama, acostado, entubado, con un ruidito que salía de su pecho, estaba entre dormido y despierto, al sentir que me acercaba ladeó su cabeza y me vió. Nunca más he sentido ese tipo de mirada sobre mí. Aún hoy, diez años después de ese día, tecleando su memoria, me estremezco al recordar sus ojos inmensamente negros, preparandose para ver otras cosas que los mortales no podemos ver. Esos ojos, esos ojos... solo los he logrado ver después de muchos años en los ojos de Sebastian.
En ese momento, conmigo ahí enfrente, como monigote que no puede hacer ni decir nada... a Papingo le dió un ataque al corazón. Enfermeras y Doctores me sacarón a empujones de la sala... un minuto, dos minutos, tres minutos... el tiempo es desgraciado en esos momentos... al rato sale una doctora y me dice: "su abuelo salió del paro, pero está débil y no le garantizo que sobreviva otro... si quiere entrar de nuevo puede, pero le recomiende que le hable a alguien mas..."
Entré al cuarto, estaba lleno de sondas y tubos... tenía los ojos cerrados, nunca más los abrió, en ese momento le dió otro paro... y logró salir de nuevo... respiró más... media hora más... y de nuevo... otro paro. Fuera del cuarto, mientras los doctores lo rodeaban, yo no lograba coordinar dos pensamientos unidos. Nunca en mi vida había visto morir a una persona. La doctora salió y me lo dijo: "ha muerto". No dije nada, me quedé en silencio.
Fuí a buscar un teléfono público, llamé a casa de mi tía Melia, sorprendentemente... mi madre contestó... no recuerdo qué le dije, supongo que fue lo escencial para dar el anuncio... me dijo: "ya llegaremos". Regresé al cuarto... lo encontré ya sin tubos, sin sondas, sin parches, sin máquinas a su alrededor, parecía dormido, me quedé con él, sentada en su cama, observándolo por última vez. Fue el atardecer del 9 de diciembre de 1998. Hace diez años.
Hoy lo recuerdo, chineando a algún niño... dándole dulces a las niñas, cantando para dormir a algún tierno... heredándole alegría y fuerza a las nuevas generaciones. Se llamaba Serafín, según la tradición religiosa, es el nombre de un ángel, pues no sé si habrá sido un ángel para otros, pero para todos los que crecimos viéndolo como un abuelo más... si lo fue.

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