miércoles, 17 de febrero de 2010

Yuli

No hay nada que me provoque más asco, más indignación... más pavor ante todo lo horrendo de la gente, que el abuso contra los más débiles, no quiero decir menores, porque, en especial en este país, hay menores que no son débiles, pero la lógica me dice que en algún momento todos lo hemo sido débiles, así que en algún momento también lo fueron.

El asunto es que detesto ver ese tipo de abusos, enterarme de mounstruosidades y ver las reacciones de adultos ante estos niños con frialdad, lo sé... no podríamos acoger a tantas víctimas, no nos alcanzarían los brazos y, en mi caso, no podría contener tanta tristeza e indignación.

En todas la vueltas que he dado por todos lados, un día de allá por 1999 la conocí, tenía cuatro años de edad, tenía el rostro más bello que yo había visto jamás; la encontré en un hogar sustituto en una institución de asistencia a niños en problemas, yo le decía Yuli, como el resto de los habitantes de ese recinto, pero algo me dice que ese no era su nombre verdadero. Era chelita, tenía el cabello rizado, largo y castaño. No le gustaba la proximidad de nadie, pero desde que llegué, ella me permitió pasar a su mundo: jugabamos, le leía cuentos, pintábamos infinidad de personajes y durante los dos años que la conocí celebramos su cumpleaños, que en realidad era la fecha de su llegada al hogar.

Como suele suceder, yo no pregunté bajo qué circunstancias ella estaba ahí, cuáles eran las razones verídicas de su llegada no me interesaban, me limitaba a tenerle ese cariño que suelo tenerle a los pequeños. Me bastaba verla para sentir afecto por ella.

Recuerdo que una mañana, la persona más imbécil que jamás he conocido se me acercó mientras estabamos jugando en un "subeybaja" y me dice que no debería encariñarme con la niña, ella ahí presente no prestaba atención, pero yo sentí una oleada de furia e inmediatamente sentí el calor característico de la ira en mis orejas. Sin decir ni una palabra, le pregunté por qué. Esa mujer que decía ser mi amiga me dijo que la niña había sido abusada sexualmente, que había sido separada de sus hermanas mayores que también habían sido violadas primero por su padrastro y luego por su hermano mayor, que era un situación aún más difícil pues la mamá de las niñas decía que tanto su marido y su hijo eran inocentes y que las niñas eran las culpables de todo. Concluyó el relato diciéndome que estaba preocupada pues veía que yo amaba a Yuli pero que pronto se iniciaría todo el proceso jurídico-legal para encerrar a los agresores, que posiblemente Yuli no dejaría de ser la niña huraña que era nunca, que a lo mejor, un día ya no permitiría que yo me acercara y que yo sufriría.

Seguí callada, pero tenía tantas cosas que decirle a la idiota que me veía con cara de cordero degollado, disque haciéndome el favor de salvarme del sufrimiento. Me contube porque la niña estaba al otro lado del juego, pero confieso que nunca había tenído tan a flor de piel el deseo de agredir a alguien físicamente, quizá compensando el hecho de no tener enfrente a los agresores, a la idiota de la mamá, de todo aquel energúmeno asqueroso que le interesa satisfacerse con infantes, que los golpea y que luego declara que no sabe qué le pasó en el momento, de todos los demás niños del hogar que se burlaban de la niña cuando ella más quería huír, de mi incapacidad de vincularme realmente con la niña que había amado desde que llegué y que nunca había tenido la fortaleza de preguntar qué le había pasado antes de llegar a ese lugar, porque simplemente no quería enterarme de cosas dolorosas. Me puse de pie, cargue a la niña, quien pesaba lo mínimo, miré a la mujer a los ojos y se lo dije claro: "Comé-mucha-mierda, B", creo que lo dije con la intención de decirselo a todos los descritos anteriormente.

Yuli llegó a los seis años, empezó a ir a la escuela externa del hogar, siempre que llegaba, sábado a sábado, le ayudaba con sus tareas, cambiamos los dinosaurios coloridos inverosiblemente por cuadernos doble rayados con planas de letras "a", por libretas de apresto y mucho pegamento para adherir papeles de colores a sus nuevos trabajos manuales. Confieso que de todos los alumnos que he tenido, en especial de los más pequeños, solo he llegado a amar con profundidad a esa niña, solo Sebastian, por obvias razones, se le ha equiparado.

Un sábado, como siempre, llegué al hogar y ella ya no estaba. Al inicio me dijeron que había sido trasladada a otra institución, me entró una tristeza de esas que pocas veces he sentido, abismal.

Pregunté insistentemente su paradero, quizá en mi incoherencia quería seguirle el rastro, asabiendas de que no era lo mejor para ella, pero el corazón me decía que algo no estaba bien cuando a la cuarta vez se negaron a darme respuesta de su ubicación, empecé a presentir algo... no entendía por qué se negaban a decirme dónde estaba, aún cuando había prometido no ir a buscarla, de hecho, no lo habría hecho, pero quería estar segura de que la niña estuviera en un lugar seguro.

Pelié durante más de un mes para que alguien al fin me dijera por qué tanto misterio. Hasta que la "madre sustituta" del hogar donde estaba la niña se apiadó de mí. Esa mujer, que recibía a niños y niñas de todas las edades y que era capaz de abrir sus brazos para darles cobijo, alimento y algo similar a una familia pero que también tenía firmeza de caracter para no quebrantarse cuando se los llevaban, me lo contó todo: un día, cuando todos los niños y niñas del hogar regresaron de la escuela, ella no regresó. Simplemente desapareció, no dejó rastro alguno, ninguno de sus "hermanos" del hogar se fijó si salió del aula, si se fue por otro camino, todos pensaban que ya estaría en el hogar cuando ellos llegaran.

Había pasado más de un mes en búsquedas, en la PNC tenían la denuncia de la desaparición, cada día personal del hogar salía a buscarla, pero nunca supieron nada, nunca dieron con una pista, jamás nadie les dio una señal. Yo me derrumbé. Lloré mucho durante ese fin de semana. Con mi ridículo ímpetus me prometí buscarla hasta el cansancio. No lo cumplí. Con mi ingenuidad bien guardada, hace unos años, deseé que estuviera bien, que fuera feliz. Aún lo deseo, pero soy realista, posiblemente no lo sea. Ni siquiera sé si aún está viva.

Este día ella cumpliría quince años. Hace un par de noches, comentábamos con Interbret el origen real de celebrarles a las niñas esa fecha memorable: presentación en sociedad, dar salida a la tarea absurda de buscar marido y otras tantas razones ridículas que se nos ocurrieron en ese momento, pero hoy pienso que, independientemente de lo ridículo que me pueda parecer la celebración de los quince años, me hubiera encantado ver a Yuli este día, totalmente aliviada de los abusos que cometieron con ella, renovada, feliz y bella, lista para salir a la vida y hacer con ella lo más valiente que puede hacer: vivir.

Hubiera sido genial celebrar con ella este día. No sé dónde estarás Yuli, pero en mi corazón todavía hay un lugar para vos. Feliz Cumpleaños niña.


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