Siendo la hija de los Rauda Palacios, nacida en una circunstancia socio-política específica, con el agravante de un sol insertado en la casa 9 al inicio de Escorpio, sumado a un Urano revolucionario casa 10, además de ser educada por los jesuitas (en lo bueno y en lo malo) y como cereza del pastel con una relación extraña con la muerte, por la cual me ha tocado estar cerca de la Parca en varias ocasiones. Siendo esta que soy... hoy vuelvo a hablar del 24 de marzo.
La primera vez que escuché sobre el Arzobispo Romero ni siquiera sabía qué significaba la palabra "Arzobispo" me sonó a fruta extraña y pronto mi papá me explicó la relación jerárquica dentro de la iglesia católica. No entendí muy bien el concepto, lo que me quedó claro es que mi papá admiraba al señorón ese que se parecía mucho a mi tío-abuelo Serafín. Tendría yo unos diez años cuando eso... luego la guerra llegó cerca, mis pensamientos iban creciendo y mi sentido histórico fue reforzado en las aulas de aquel colegio que tanto bien me hizo.
Pero realmente mi encuentro con Monseñor Romero fue en séptimo grado, aterrizaba yo a mis 13 años cuando cayó en mis manos, auspiciado por la reciente firma de los Acuerdos de Paz algunos documentos imprescindibles: la declaración de Derechos Humanos, el Informe de la Verdad, la recopilación de las Homilías de Monseñor Romero y el libro de los hermanos López Vigil: "Un tal Jesús". En esos tiempos fue que comprendí la muerte de mi tío Ricardo, releí la historia nacional y la familiar y me fasciné ante ella. Me marcó para siempre.
A Monseñor Romero lo admiro por su espíritu valiente, yo que soy una cobarde encubierta solo puedo reconocer que empieza a vibrarme a otro ritmo el corazón cada vez que me reencuentro con sus palabras, dolor me da ver que poco se ha avanzado y es que este espíritu mío de impaciencia reclama cambios que no veré, sino que se esperan para otras generaciones. Lástima. Pero qué bueno. Si es que llegan.
31 años después aquí estoy yo, en medio de la madrugada, envuelta de frío, recordando el sonido de un disparo, tan distinto y tan igual a tantos disparos que he escuchado, tanta muerte que he presenciado, tantos cobardes como yo hacemos poco o nada. La incongruencia nos camina sobre la piel. Pero no es solo que no podamos, sino que nos paralizó el desencanto. No es una excusa, es una explicación.
Incongruentemente siempre que llega esta fecha rehago mi plan de vida, feo encontrarme que año con año poco avanzo, pero ahí vamos, tratando de reencontrarme con la congruencia. Secretamente se la pido a Monseñor, porque para mi, si es necesario un milagro para que lo proclamen santo, es este milagro el mejor de todos. Lo demás llegará por sus propios medios.
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