Si. A veces soy mamá de mi sobrino. Sebastian está por cumplir cuatro años y parece casi mentira toda la lucha que ha implicado cuidarle la salud. Nació con siete meses de gestación, era más sequillo que mandado a hacer y sus carencias muchos sustos y dinero nos sacó en los primeros dos años y medio de su vida. Pero aquí está, sigue en esta dimensión. Más insolente y sorprendente que nunca.
Uno de adulto siempre piensa que es uno el que debe enseñarle todo a las pequeñas y nuevas generaciones, él es el primer nieto de mis padres y por lo que veo, será el único en un buen rato, no tiene primos y el tema de "papá" es suplido con elegancia por su abuelo, quien le procura toda la educación "masculina" necesaria hasta ahorita.
Lo que más me gusta de mi sobrino, a parte de sus ojitos saltones como los míos y de su fascinación por las películas es esa forma tan suya de sorprenderme. Si... Sebastian tiene la capacidad de sorprenderme como pocas personas han podido sorprenderme en esta vida. Desde la primera vez que sentí su movimiento dentro del vientre de mi hermana hasta este día... él me sorprende.
La mitad del día suplí a sus madres (la suya y la mía) quienes andaban en otros menesteres, así que me lo llevé a dar un "vueltín". Los detalles alimentarios y comerciales no vienen a cuenta, pero lo que hoy me ha enseñado este niño no tienen precio. Nos atiborrarnos de comida y él había jugado hasta la saciedad en una enorme estructura acolchonadita, luego de vencer un ancestral temor a las alturas heredado de mi parte, cuando al fin se deshizo de ese miedo, no hubo nada que lo parara. Ahí lo veía sumergido en una gran piscina de pelotas multicolores... extasiado. Cuando al fin llegó la hora de marcharnos, con docilidad aceptó el hecho y se puso sus zapatitos. Justo veníamos saliendo del lugar en cuestión cuando ese pequeño vio hacia el cielo y dijo estas palabras: "Soy tan feliz!"
Me sorprendieron y conmovieron sus palabras tan honestas. Sebastian ama las cosas sencillas, aún está en la edad en la que se es feliz con un tiempo de juego, o una comida o un algodón de azúcar, esa edad en la que todavía se permite quedarse dormido abrazando un carro que le acabo de regalar y me hace pensar que yo debo buscar la sencillez para aspirar a esa felicidad que a él lo inunda. Quiero decir como él, "soy tan feliz".
Mi sobrino es un sabio y ahora, en vez de ser su mamá sustituta, ahora fui yo su alumna y él mi maestro.
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