domingo, 31 de marzo de 2013

El fin del mundo...

La mara se pone apocalíptica y las iglesias pentecostales hacen su agosto con el miedo infundado del pecador permanente... la mara es tan... alegórica.

Pero el fin del mundo no está en un meteoro que se aproxima a la tierra, cuya destrucción inexorable pondrá fin a esta vida. No. El fin del mundo es una cosa más cotidiana, más terrenal... más "sin gracia".

Puede ser que el fin del mundo venga disfrazado de balacera a las once de la mañana en una calle concurrida de San Salvador, o que se conduzca en un taxi nocturno o que se presente en un cáncer chiquitito y diminuto que te haga perder tanta sangre y que te doble del dolor... no importa, el fin del mundo siempre nos llega. SIEMPRE. 

Estos últimos días estuve pensando mucho sobre la fragilidad de la vida, de la vulnerabilidad de la que somos presas, de lo que podemos dejar atrás al morir, de las personas que nos llorarán cuando sea el momento de irnos de este mundo.

La muerte no es algo inevitable y solo será momentáneamente dolorosa... lo terrible de la muerte es para el que nos extrañarán... los hijos, los padres, las hermanas, los sobrinos, la pareja, los amigos y amigas... claro, de ese dolor no nos enteraremos, pero qué difícil es estar del otro lado, del lado del que se queda, no del que se muere.

Para rematar vi una película que me golpeó de frente y con todas las ganas de hacerme llorar todo lo que no lloré el miércoles pasado porque mientras ese terrorífico sentimiento de inminente incidente no podía darme tiempo para llorar, mi mente estaba ocupada pensando qué debía hacer, a quién debía llamar, a dónde debía buscar. 

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- Ojalá te hubiera conocido hace mucho tiempo. Cuándo éramos niños.
- No podría haber sucedido de otro modo. Tenía que darse ahora.
- Pero no hay suficiente tiempo. 
- Nunca habría sido suficiente.
- Tengo miedo.
- Yo... estoy loco por ti, Penny. Eres lo que más quiero en el mundo.
- Pensé que de algún modo nos salvaríamos.
- Lo hicimos. Penny... me da mucho gusto haberte conocido. 

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En medio de todo eso que es difícil, contrariado, inverosímil... en medio de todo eso que nunca pensamos que nos pasará... estar en medio de una balacera, que te asalten, una enfermedad que no entendés, de una familia que no comprendes, de un sentimiento de abandono... en medio de todo eso, te das cuenta de algo bien simple, de algo tan básico: Si tenes a una persona, una tan sola, que te cuente de su primera casa cuando vino a San Salvador, de las mujeres que ha amado, de lo cotidiano de su trabajo, de sus hijos, de sus sueños, de sus amigos, de sus planes para el futuro y que de repente te das cuenta que podrías contarle todo lo que por tu cabeza pasa y de paso también por el corazón... entonces... la vida ha valido la pena. 

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El fin del mundo puede venir, para todos o solo para mí... no importa. Lo importante es tener alguien con quien poder platicar, oír dos horas a Sabina en un bar, a quién cocinarle pastelitos de carne, aunque vos en tu puta vida hayas hecho pastelitos de carne. El fin del mundo vendrá, lo sé, pero yo estoy feliz de haberte encontrado.

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