Las obligaciones de mujer adulta me separan de ese sencillo placer... caminar.
Me gusta la ciudad donde nací. No vivo en ella, pero soy su "clienta frecuente", hoy me dediqué a ajustar las tuercas necesarias para procurarme un poco de justicia laboral. Me tocó recorrer esta ciudad que tanto amo y que a veces solo me ve pasar fugaz como mal recuerdo.
Caminar en esta ciudad, aunque sea peligroso, es reencontrarme con buenos tiempos, con tiempos de pensar y de crear historias en mi cabeza, pasar frente a la Casa Dueñas, adentrarme en el vientre oscuro y húmedo de la 5a. y 7a. avenidas, tropezar con las ventas varias de la Rubén Darío, mientras recito en secreto "Margarita, está linda la mar" y buscar el MacDonalds al que mi padre me llevaba siendo una niña y fantasear que estábamos en otra ciudad porque podía ver a sus habitantes desde una perspectiva distinta: no veía sus rostros, sino sus zapatos.
Constatar que las golondrinas siguen dejando sus marcas, generación tras generación de aves, susurrar la canción que mi madre me canturreaba cada tarde al regresar al hogar de mi infancia, recordar que el día que recibía su salario mensual, a veces tan ajustado, esa mujer olorosa a miel, me compraba una magnífica manzana que yo comía silenciosa, saboreándola en cada una de las mordidas dadas. Hoy ya no están aquellos coloridos kioscos que ofrecían no solo esas rojísimas manzanas, sino también fragantes mandarinas o amorosos duraznos.
Es cierto, muchas cosas ya no están en el lugar de mi memoria, ahora están otras, a veces feas, feísimas, marcas del tiempo, esas marcas que llegaron mientras yo habitaba otra región geográfica de esta ciudad.
Camino y sorteo los peligros de los conductores con sus autos atropellantes, camino y me oriento bajo las coordenadas que me dicen... "ahí... cerca del pollo Bonanza", ese lugar que encierra olor a memorias y a bondad familiar.
Amo San Salvador, la amo con todo este hígado que se me otorgó... porque solo ella me comprende, porque solo ella integra mi caos personal al caos generalizado, porque es la única que no me reprocha cuando me marcho, porque es la amiga que siempre me da la bienvenida cuando regreso, porque es la única a la que recuerdo cuando estoy lejos.
2 comentarios:
El ritual de todos los sábados entre los 5 a los 10 años fue ir al cine (Roxy, Terraza o Majestic) a ver el estreno de la semana y ver los zapatos de la gente en ese McDonals, luego un refresco en las botellas gigantes de vidrio que giraban en un balancin en una farmacia famosa a un costado del Teatro Nacional.
Había olvidado los enormes garrafones de agua Cristal que eran de vidrio y eran reciclados para vender cebada, horchata y otros frescos...
Traté de recordar esa farmacia que mencionas... como siempre mi memoria de teflón me ha ganado... recuerdo que en esa farmacia vendían limonada con soda servida en unos larguísimos vasos y pajillas rojas y blancas...
Es lindo tener recuerdos...
Felices vacaciones señor.
Publicar un comentario