domingo, 12 de mayo de 2013

"Dios te bendiga"

o la historia de cómo me persigno sin darme cuenta.

Hace un año atrás, cuando apenas nos íbamos conociendo con Miguel tuvimos la necesaria plática sobre las creencias. Así soy yo, lo siento. Tengo que tener ciertas conversaciones con las personas que conozco, dependiendo de los resultados decido o no seguir con otros temas.

Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que fui a la iglesia, me he retirado del ejercicio de cualquier rito, por  supuesto, al pertenecer a una familia profundamente católica conservadora esto ha sido motivo de discusiones, llantos y reproches (por parte de ellos). Por mi parte, solo puedo decir que nada siento al respecto de este tema.

Pero la costumbre y años y años de práctica quedan. 

Es así como una noche, mientras la casa se llenaba de ese silencio quieto de los sueños ajenos, estaba en mi cama sin poder dormir para variar y de repente, sin pensarlo, sin darme cuenta hasta milésimas de segundos antes de terminar, me persigné. 

Fue un movimiento sin pasiones y casi imperceptible, inició mi mano el recorrido de la señal de la cruz, cuando estaba en el tercer punto me di cuenta de lo que hacía, comprendí que la costumbre materna de realizar ese acto mecánico durante toda mi infancia había saltado desde mi subconsciente hasta el acto reflejo. Me sentí rara. Inevitablemente recordé a un ex pretendiente que, cada vez que pasábamos frente a una iglesia se persignaba. ¿Ven por qué una tiene que preguntar eso a ciertos hombres? Para no asustarse a media calle. 

Esta noche me pasó, no lo mismo, pero si algo parecido.

Pasé todo el día sola, toda la tribu se fue a hacer mandados y visitas oficiales... pero como yo aún ando mal de un mi dolor extraño me quedé. Supongo que este mayo no me ha dado tragedias, pero si me ha dado una terrible hueva. El asunto es que cuando volvieron, ya muy tarde, Sebastian se venía "cayendo" del sueño e inició su larga rutina de cepillarse los dientes que ha empezado a mudar, ponerse la pijama y repartir el rosario de besos a todos en la casa. Yo fui la última a la que llegó. Mecánicamente le di un beso en su cachetillo y sin pensarlo, ni meditarlo le dije "que dios te bendiga". Cuando terminé la frase ambos nos vimos con cara de susto, yo por haberlo dicho y él de escuchármelo a mí. 

Sentí tan raro, recordé que hace unos días le decía a Miguel que me preguntaba ¿qué pasaría si volviera a "creer" en dios? Supongo que son nostalgias sacadas de la manga del tiempo. 

Lástima que mi sentido de la fe ya está demasiado curtido, ya no encuentro nada en qué creer. Es como un abandono, como una tristeza bien rara, como si todo se detuviera. 

Sebastian se fue a la cama, con cara de interrogación al haberme escuchado decir "eso que nunca digo". Yo me quedé acá, con cara de consternación sobre lo que mi mente ha guardado. 

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