Este David es muy diferente al de Goliat... pero muy parecido al mismo tiempo.
Su apellido es Pineda. Es un hombre muy inteligente, pero también es inocente y (creo que) en eso reside su encanto.
Lo conocí hace dos años, en el museo... digamos que era mi jefe, pero nunca lo vi como tal, no era por mi mal puesto orgullo y desfachatez, no, sino porque él procuraba tratarnos con tanta equidad y respeto a todos los que trabajabamos ahí, que todos nos sentíamos como iguales con él.
Hubo ocasiones en las que chocamos, bueno no... yo chocaba contra él. Me fastidiaba su ser sereno y calmo, pero la verdad creo que buena parte de mi recuperación de cordura fue gracias a su compañía. En el caos que era en ese entonces ese museo, David fue un genial director. La Junta Directiva nunca dijo que era director, creo que les faltó apreciar mejor a este hombre... y a todos los que por ahí pasamos. Lo que más admiraba de David era su paciencia, creo que lo vi impaciente solamente una vez en la vida...
Era genial sentarme con él por las tardes a conversar: literatura, cine, música (aunque no compartiamos el gusto por todos los generos, encontramos algunos que eran geniales, él me enseñó y yo le enseñé) historia, ideologías, chambres museográficos, sobrinos, hermanas... trabajo, amores... es un hombre muy inteligente, pero a veces demasiado inocente (¿ya lo había mencionado?)
David fue un excelente compañero de trabajo, también lo llegue a considerar amigo, era excelente interlocutor de discusiones teológicas (aunque no compartieramos los mismos medios de expresión de la fe), me encantaba como trabajaba con los ancianos, porque la mera verdad yo perdía rápido los estribos con ellos.
También era genial llevarle la contraria, porque, aunque nunca se lo dije, reconocía cuando él tenía la razón... y al menos para mí (yo que tengo tanta dificultad para reconocer la autoridad de otros sobre mi) él ha sido una de las personas más correctas que he conocido. A veces demasiado correcto. ¬¬
Sé que cumpleaños un día de estos, no estoy muy segura qué día... pero lo sé. Gracias a él tengo una planta en mi casa, la sembré el día que lo conocí y le dije que se la regalaría antes de separarnos. Todavía espero verlo pronto para darsela.
El día que le dije que me iba del Museo, instintivamente me dijo que no me fuera. Me vio fijamente y entendió que ya no aguantaba estar ahí, hizo una expresión rara y suspiro, asi me dijo adiós.
Y me fui.
De vez en cuando, desde mi nueva jaula le llamaba por teléfono para saludar a los que se habían quedado en esa dimensión. La verdad me hacían falta.
Un día llamé por la tarde, era enero o febrero... me contestó él y me dijo: "me encontraste de casualidad" Me contó que era su última tarde en el Museo, había renunciado. Lo felicité.
A los pocos días fuimos a almorzar juntos. Casualmente nuestros trabajos eran cercanos en distancia y pues... platicamos como lo hacíamos cada tarde.
No lo he vuelto a ver desde entonces y cada día riego su planta que vive conmigo.
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