Aunque no lo quiera apareces en algunas noches, confieso que ya te he convocado a mi mundo onírico, otras veces te invitas solo y estás ahí cuando yo aterrizo desde este mundo que ambos conocemos.
Peculiar… los sueños que han sido buenos y bonitos se me olvidan, es decir, no recuerdo el “argumento” del sueño, solo amanezco con la certeza de que te vi en ellos y que fue bueno, por lo general en esos días ando de buen humor.
Pero los sueños feos, ah! qué horribles son, me impresionan tanto que se quedan conmigo el resto del día, me rondan sus imágenes y te veo en situaciones de dolor, locura y desesperación… me pregunto ¿serán reflejo de lo que ambos sentíamos cuando éramos “tú y yo” y que ahora que somos “yo” por cuenta propia saltan a la luz nuestras preocupaciones y/o malestares. Lo sé, he muerto varias veces en tu mundo onírico, lo sé, por tiempos me instalo en tus sueños, si es que los recuerdas…
Yo he perdido la cuenta ya de cuántas veces has muerto y cuántas me has matado, desde antes de tener historia compartida, apenas te había visto una vez y en mis sueños hubo un asesinato confuso donde la mala terminé siendo yo. Irónico.
Anoche apareciste, me acompañabas, íbamos en un carro cerca de esa larga calle que pasa frente a tu casa, de pronto lo vimos, unos hombres golpeaban salvajemente a otro tipo, te detuviste, yo te rogaba que nos marcháramos, estoy harta de ver que la gente mata gente, vos me ignorabas, me decías “no nos van a ver” yo temblaba del miedo, empecé a llorar cuando vi que el vapuleado dejó de vivir, quizá más que el muerto lo que te conmovió fue verme tan afectada, me abrazaste y yo huía de tus brazos, estaba enojada, no quería ver más muerte y por tu culpa tenía un cadáver a pocos metros de mi. “Vámonos” dijiste, cuando a nuestro lado aparecieron los asesinos, te pidieron Salir del carro y yo sentí la furia que nunca te he dicho que he sentido contra ti. Todo el odio, el deseo de venganza, la furia de mi cuerpo, la irracionalidad de la que puedo ser capaz aparecieron de golpe. Te detestaba a vos, por ponernos en peligro, odiaba a los asesinos, por despojar de la vida a otra persona, a mi por no ser más fuerte y racional, al mundo por el mero hecho de existir… y qué feo es odiar.
Te bajaste, me dijiste en el último momento… “no te bajés”… por supuesto que no te hice caso, supongo que para mí la única que puede hacerte daño soy yo, no permitiría que otro te despache al otro mundo. Me bajé, el tipo que estaba de mi lado tenía una espantosa cicatriz en la cara, cruzaba de arriba hacia abajo el lado derecho de su rostro, yo me sentí espantada, me sentí impotente, vi que el otro te tenía encañonado, no pude más que verte con mi cara de odio!
“Váyase” me dijo el que te apuntaba, negué con un ligero movimiento de mi cabeza, “me quedo” dije. Nunca he visto la expresión que tenías en ese momento, no era cólera, no era odio, no era preocupación, tampoco era indiferencia, menos alegría… nada, era una expresión que nunca te he visto, ni en la realidad, ni en sueños, sin voz dijiste “andate”, “no” murmuré yo.
Rodee el carro, caminé hasta llegar a tu lado, con tranquilidad le pedí el arma al hombre, “por favor” le dije… me la dio, la puse en mi cabeza… el estallido y el olor de la pólvora fue lo último que recuerdo.
Supongo que así tenía que ser. Una bala me dio vida hace un año, una bala me la quita ahora.
Ellos se fueron, vos te quedaste a la par mía, contemplabas mi cuerpo mientras yo te veía sin ver, me diste la mano y con la bala en mi cerebro me levanté empezamos a caminar, no me soltabas, a lo mejor pensabas que moriría de nuevo si me soltabas la mano, ya no estaba enojada, sentía ganas de llorar, estaba triste… porque al fin era patente de manera física que vos y yo pertenecemos a dimensiones diferentes.
Me solté, nunca me ha gustado que me tomen de la mano, contigo me acostumbré, como me acostumbré a tantas otras cosas que antes rechacé con otros… “tengo que irme” dije y para variar, vos te quedaste callado. Di unos pasos y entonces caíste fulminado por una bala perdida.
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