Regresaba a la casa materna junto a mi padre cuando nos vimos estancados en una trabazón monumental, eran las 8:30 p.m.
En la radio escuchamos: un bus de la 79 se había accidentado... pedí asistencia vía mensajito y se me informó que eran 3 muertos, 50 heridos a la altura del poliedro.
Me acordé de Gerardo y Antonio, quienes sin saberlo son vecinos y son clientes habituales de esa ruta, sentí feo pensar que podían estar ahí, entre escombros... Les llamé... Gerardo estaba ya en su casa junto a su esposa y sus dos hijas, Antonio estaba en uno de los buses que coexistían con nosotros en aquella interminable cola de vehículos, me alegré saberlos a salvo.
Tuve tiempo para pensar, para dormir, para platicar con mi padre, para ver al señor que iba bolo manejando un pick up cafesito y que casi provoca otro accidente frente a nosotros... Dos horas y media después llegué a casa, absolutamente cansada, tan cansada que no tenía ganas de pensar, quería limitarme a respirar. Me fui a acostar. La vida a veces se me hace demasiado cabrona.
Tres horas después desperté... tuve tiempo para recordar los vidrios extendidos por la calle, la gente deambulando por la zona, tal cual zombies, el cordón amarillo y su inexorable "NO PASAR" y luego las marcas de un choque en la barrera divisoria de la carretera... más adelante un bus con un número que bien puede ser 79 por su ruta, o 3 por los muertos ocasionados, o 50 por sus heridos, o 23 por los muertos acumulados en dos días de accidentes de buses... o cualquier otro número que pude ser fatal.
El estimado me dijo ayer "no se conmocione" cuando le conté que me habían impactado los 13 (iniciales) muertos de las rutas 201 y 202 accidentadas allá por el Congo el lunes... "conmocionarse es para gente débil" sentenció... más creo que era una manera tan suya de hacerme recordar que no soy una mujer débil, que soy fuerte. Pero no lo puedo evitar, me conmociono, me conmocionó ver a una mujer abrazando a un bebé mientras trataba de encontrar auxilio en una de las decenas de ambulancias presentes. Recordé a los "patojos" que quedaron huérfanos luego de un accidente que implicó a un camión lleno de campesinos que iban a las cortas de café allá en Guate.
Pensé que sería muy duro no ver a entrar a alguno de los miembros de la tribu cada noche a la casa, porque simplemente se cruzó en el camino de un busero homicida, que hubiera sido muy triste que mis dos amigos no contestaran el teléfono y encontrarme con la noticia de su defunción y aunque comprendo que la naturaleza está haciendo su trabajo de eliminación... prefiriría que solo eliminara a los buseros... y no a pasajeros que llevan en sus unidades.
Aquella mujer con un bebé en brazos, al cual protegía de la lluvia impertinente, lloraba mientras avanzaba temblorosa, venía con la cabeza sangrante, polvosa y sucia, su niño estaba como dormidito, así... arrecostado sobre su hombro... espero realmente que solo haya estado dormido y no carente de aliento, llevaba una mantita celeste. Pensé en ese momento ¿por qué nadie la asiste? ¿por qué la dejan en ese desamparo tan grande? ¿por qué la vida no es como a veces yo quisiera que fuera? Preguntas las mías.
Ahora yo estoy en casa, con mi taza de café, esperando el alba, pronta a laborar, calientita y satisfecha, mis amados familiares duermen aún, sé que ahí están... pero hay algo de desasosiego en mi corazón, porque hay muchos que nunca regresaron a sus casas.
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Aclaración: Hasta ahora me doy cuenta, fueron dos buses de la 79 los accidentados, uno estaba en el fondo de un barranco y el que estaba estrellado contra la división de la carretera.
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