Siempre he admirado a las mujeres que se pueden maquillar **admito cierta envidia**, una de ellas es mi madre.
Ella, mujer previsora, siempre quiso que aprendiera a maquillarme porque su sueño era verme ataviada con ropa sexy, tacones de aguja que me eleven el ego 10 centímetros más y bien maquilladita. Le salí irreverente y he pasado el 90% de mis 34 años en jeans, camiseta y tenis... y por supuesto... sin maquillaje.
Siempre me pareció impráctico eso de maquillarse y una redundancia, para mi, el alisarme el cabello... no le ví sentido nunca.
Pero resulta que al regresar de Guate, venía directito a una oficina que requería cierta "presentación", dos meses me conocían bien y ya andaba con flats o tenis, chancletillas y bien ocasionalmente los dichosos tacones, relegados a días de largas reuniones.
Llegar a esta nueva oficina me ha exigido, por el cargo, abandonar un poquito más la comodidad y ahí ta que solo en tacones ando... para reacostumbrarme a mis tiempos de tacones de aguja, como los que usé en el museo hace años, he empezado con zapatos de tacón cuadrado y término medio de alto.
Por ese lado, ahí voy... acostumbrándome, a lo que en realidad no logro acostumbrarme, es a eso de maquillarme... me resulta tedioso tomar tiempo matutino para echarme polvos, lápiz de ojos, rimel, sombras, rubor, labial... ¿para qué? ¿para retocarme al mediodía? y ya para la hora de la salida no me pidan más porque mi paciencia y el destello de estrógeno ya ha pasado para esa hora.
Las semanas me parecen larguísimas en la espera del viernes y el sábado... no, no es porque ya termina la semana, sino porque puedo venir en zapatos pachitos y jeans... ayer no me maquillé, estaba tan cómoda, que lo olvidé.
Hoy me maquillé, creo que fue porque ya por inercia, pensar en venir a la oficina implica... untarse todo ese boladero ¬¬
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