martes, 1 de noviembre de 2011

La despedida

Al dejar mi trabajo anterior en medio de la emergencia nacional, no pude decirle a mis chicos que me iba. La última vez que los había visto estaban empapados, temblaban de frío y los vi algo pálidos, fuera de sus condiciones personales, estaban organizados y prestos para seguir ayudando no solo en el albergue que se abrió en la casa comunal, "nuestra casa" le dicen ellos. Armados con palos, palas y bolsas negras cortadas para fabricar capas y medio protegerse del agua andaban con la misma sonrisa de siempre, andaban con el mismo entusiasmo de siempre, andaban... con la música que siempre les rodea.

Como odio las despedidas, no les dije nada. Fui una cobarde. Estuvieron pendientes de mi en la lejanía, algunos pensaban que no iba porque estaba en dificultades con mi familia. Cuando dejó de llover y entró este aire frío que secó tanta agua se los dije. "Ya no llegaré a trabajar con ustedes, pero les visitaré en alguna ocasión".

Esa ocasión fue el sábado pasado, luego de caminar por las calles durante casi toda la mañana, agarré la ruta 100 que me trasladó presta y rápida a Ciudad Arce. Ahí me esperaban Omar, mi mítico ex-compañero de trabajo al que han encargado a los cipotes, mi ex-jefa... la cual he sentido más "cercana" en estos días que cuando trabajaba con ella y, por supuesto, mis chicos, mis cipotes... no los adopté yo... ellos me adoptaron. Me hicieron pasar grandes pruebas en estos meses que convivimos cada miércoles y "findes" completos. Caminamos, nos reimos, construimos y organizamos, nos enojamos, nos contentamos, ayudamos a construir una cancha y construimos una fortaleza en cada uno y me incluyo. Enfrentamos a adultos que tienen la idea absurda que la juventud ya no tiene nada que aportar a los procesos de cambio, enfrentamos los habituales dramas adolescentes... las depresiones y las euforias, enfrentamos los miedos y las energías inagotables de ellos y tuve que aprender que yo ya llegue al punto en el que me agoto de tanta energía, pero lo curioso es que a pesar de eso, nunca me quejé de estar con ellos y ellas, me quejé de muchas cuestiones institucionales y de actitudes asquerosas de otros promotores o de los adultos de la comunidad, pero nunca renegué de ellos. Fui feliz.

Pero como toda buena relación, hay que seguir avanzando, ni ellos serán eternos adolescentes, ni yo iba a estar siempre ahí y creo que todos hemos comprendido bien esto. Estuve pensando en todas las cosas que aprendí y buscando un "por qué" de haber estado ahí. No solo aprendí muchas cosas que ahora aplico en mi nuevo puesto, aprendí muchas cosas de mi ex-jefa y creo que de alguna manera bizarra e institucionalmente me preparé adecuadamente para este nuevo reto. Pero, lo más importante creo yo, fue que pude renovarme a través de los chicos.

Tema viejo y que nunca logré superar fue cuando me fui del colegio, me sentí desgarrada en aquel tiempo, dejar de trabajar con poblaciones jóvenes me daba mucha energía y al dejarlo... mi ánimo decayó mucho... pasé triste mucho tiempo. Pienso que la vida me otorgó esta oportunidad que ahora cierro, precisamente para reencontrarme con todo lo maravilloso que implica trabajar con cipotes. Ellos y ellas renovaron en mí ese espíritu emprendedor, decidido y valiente, trabajar con ellos y ellas implicó el reto de ser creativa, innovadora y dejar mi puesto cómodo en una silla. Tuve que entender y redefinir la tolerancia, la paciencia y la algarabía. Re-aprendí a llorar no solo por mis dolores personales, me identifiqué de nuevo con causas concretas y con sentimientos ajenos. Siento que me dieron "reset" a las emociones. Pude ver y reconocer la magnanimidad en cada uno y cada una y ahora que escribo esto en mi oficina de dos por dos... recuerdo cada uno de aquellos 30 rostros, con sus historias, esperanzas y sueños, sus metas y dificultades, su empeño acérrimo de no caer en la violencia que les rodea. Escucho cómo me dijeron el sábado "no sabe cuánto la extrañamos" o "me va hacer falta platicar con usted" o "gracias por todos los consejos que me dio, me han servido mucho" y por supuesto, yo que soy una chillona anónima y solitaria, se me aguadan los ojos en purititas lágrimas, porque también me hacen mucha falta, porque me hace falta hablar con ellos y ellas y porque cada cosas que me decían me ayudó mucho.

Extrañamente presiento que no volveré a trabajar con jóvenes, tal vez si para ellos, formulando proyectos, analizando estudios, tratando de comprender ciertos comportamientos históricos, sociológicos y antropológicos, pero no con ellos. Sin embargo, no me pesa. Atrás quedaron las caminatas, los enojos, las ocurrencias, la sorpresa, el ansia de correr antes de aprender a caminar... quedó atrás pero quedó la experiencia. He cerrado un ciclo y lo cerré con el mejor grupo de personas que pudo otorgarme la vida: los cipotes y cipotas de El Cafetalito de Ciudad Arce.














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