miércoles, 30 de enero de 2013

Deseo un día de 36 días

(versión accidental de mis prisas)

Justo cuando recién me acostumbraba a dormir como la gente normal... he vuelto a dormir poco, a comer menos y a parecer sonámbula por la casa, haciendo cuadros a las 11 p.m. Simplemente siento que no me alcanza el tiempo. No... corrijo. No es que no me alcance, llevo ritmo acelerado de trabajo, pero extraño tener tiempo para otras cosas. El día termina bien aprovechado laboralmente, pero yo me quedo con la sensación de que algo me falta.

Algo me falta.

No es el desayuno con cereal y fresas, no es el silencio que no alcanzo, no es el tiempo que no invierto en la lectura diaria que me prometí. Tal vez si está relacionado con las largas duchas que tomo en la mañana, para tener la sensación de que vivo cuando siento que el agua me recorre, es lo más cercano que he tenido a una caricia en los últimos días. 

Esta mañana, mientras me alistaba, entiéndase... me echaba crema para evitar la resequedad de este pueblo... pensaba que me gustaría hacer todo lo que hago, pero más despacio, sacar el jugo de las naranjas que se pudren sin perdición y tomármelo, caminar como me dijo que debía hacer el doctor, participar de otras cosas que no son de trabajo con mis compañeros, encontrar una manera de organizar mi entorno y preparar mi mudanza a San Salvador, buscar una casa que me prodigue independencia y un espacio propio, poder salir una noche a la semana con Miguel, preparar viajes pendientes, llevar al circo a Sebastian, construir nuevos recuerdos con mis papás. 

Hay tantas cosas que quisiera hacer en esas doce horas extras... y "quince días" suena tan poco y demasiado a la vez.

Luego, caí en la cuenta de mi arrogancia y pensé, mientras me vestía, que no deseo varios días o que todos sean de 36 horas. No. Como niña que pide un deseo con una estrella fugaz como intermediaria, solo pediría UN DÍA, solo una jornada de 36 horas. 

Quisiera recordar qué se siente amanecer a tu lado sin prisas.

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